Haciendo uso de un gran aparataje propagandístico, los conceptos de verdad, justicia, democracia y representatividad social, son completamente distorsionados por la comunicación gubernamental.
Como muestra la historia, los regímenes totalitarios, sobre todo a partir de la revolución francesa con Napoleón Bonaparte, usaron el poder de la comunicación persuasiva, al mismo tiempo que imponían una férrea censura, para imponer sus visiones de la realidad. Napoleón suprimió periódicos (Como Correa, que se apropió de El Telégrafo, intenta terminar con El Universo, fundó otros como El PP, o El Ciudadano), contrató periodistas para alabar y difundir su política (un buen número de periodistas de los medios privados ahora están en los medios públicos), él mismo escribió artículos (en este caso él mismo dirige un programa de televisión semanal), distorsionando la información de diversas formas. Una de las mayores armas de la propaganda bonapartista fue el uso del plebiscito, en el que a la población se le pedía que votase acerca de un asunto, cuyo enfoque había sido previamente decidido; luego se difundían profusamente los resultados (10 a uno, diría Correa respecto de la consulta del 7 de mayo), resultados que siempre resultaban favorables a Napoleón, por supuesto. “La religión, la educación y cualquier otra actividad fueron incorporadas a su servicio, sin quedar apenas rastros de la inicial ideología revolucionaria que lo había elevado al poder”, dice María Victoria Rayzábal, en el libro: “propaganda y manipulación” (1999). A este recurso de los plebiscitos también acudieron otros líderes autoritarios, como Hitler.
Decía O. Thompson sobre Hitler: “merece con Julio César y Napoleón Bonaparte, la distinción no solo de crear nuevos métodos de propaganda, sino de basar consciente y deliberadamente toda su carrera en la propaganda planificada”. Y efectivamente, en su libro “Mi lucha”, el Führer describe varias reglas fundamentales acerca de la propaganda eficaz, que bien podríamos comparar con lo que ahora miramos en la “revolución ciudadana”:
a) Se deben evitar las ideas abstractas y apelar a las emociones. Tal como se hace al hablar de la revolución educativa, o de la salud, de la Misión Manuela Espejo, y en general de la inversión social.
b) Deben repetirse constantemente las ideas usando frases estereotipadas y evitando la objetividad. “La revolución ciudadana avanza”, “30-S, el día en que triunfo la democracia”, “manos limpias, mentes lúcidas, corazones ardientes”, “revolución rápida, profunda y en paz”, etc.
c) Hay que poner de manifiesto solo una cara de la realidad. Como cuando los canales gubernamentales hacen noticias, reportajes o entrevistas acerca de los sucesos del 30-S, o cuando se elaboran las cadenas nacionales para atacar a la oposición.
d) Conviene criticar constantemente a los enemigos de lo establecido. “Los mismos de siempre”, “prensa corrupta”, “mafias enemigas del cambio”, etc.
e) Se debe identificar un enemigo específico para realizar una descalificación específica del mismo. Cada vez que aparece alguien con una denuncia o una opinión contra el régimen y sus políticas es atacado de manera inmediata y persistente, injuriándolo o estigmatizándolo a través de cadenas de radio y televisión.
Sin embargo, la historia también dice que los pueblos lograron siempre reponerse a estas agresiones ideológicas y salir por los fueros de la dignidad y la esperanza en el cambio. Así como entonces, la situación actual será superada en beneficio de los pueblos.
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